De un sermón de san Buenaventura
La cruz, horrible en sí misma, especialmente antes
de morir Cristo en ella, debemos, con todo, desearla, porque vivifica nuestra
existencia. Todos anhelan y quieren la vida perenne; no hay persona tan
descastada que no la desee y la busque. Los pecadores también la quieren, pero
indebidamente, porque desean disfrutar de ella sin desprenderse de sus malos
hábitos y placeres.
La senda que conduce a la vida perenne, carísimos,
no es ésa, sino la que atraviesa el puente levantado por Cristo, que es la
cruz, y que consiste en la lucha y en la victoria contra las inclinaciones
perversas.
La cruz, desde fuera, espanta; mas, considerada y
vista desde dentro, es apetecible: exteriormente, es leño de muerte;
profundizando en su misterio íntimo, es el árbol de la vida, porque en él
estuvo clavado Cristo. Desde entonces es fuente de vida, que produce gracia,
como afirma Pablo a los Romanos: El salario del pecado es la muerte;
pero es don gratuito de Dios la vida eterna en Cristo Jesús, Señor nuestro.
La cruz es el árbol de la gracia vivificante que viene de Cristo por el riego
de la penitencia.
¿Qué árbol es éste que puede conducir al hombre
desde la aridez a la fronda, de la muerte a la vida? Esta cruz es la de Cristo.
¿Por qué padeció el Hijo de Dios por los hombres y no lo hizo por los ángeles?
Porque el hombre es capaz de hacer penitencia; el ángel no. El hombre es aquel
árbol que da fruto cuando recibe el riego del agua, es decir, de la gracia
penitencial.
Y si la cruz es portadora de gracia vivificante,
nosotros, muertos tantas veces por el pecado, abracemos esa cruz, hagamos
penitencia y suframos con Cristo. Pedro dice: Ya que Cristo padeció en
la carne, armaos también vosotros de este mismo pensamiento. Si no hacemos
penitencia, no veo cómo podremos responder en el juicio.
Si quieres dar fruto espiritual, debes morir a la
carne. En el evangelio de Juan dice Cristo: Si el grano de trigo no cae
en tierra y muere, queda solo; pero si muere da mucho fruto. Si deseamos
alcanzar los frutos del árbol de la vida juntamente con Cristo que murió
crucificado en la cruz, también nosotros debemos ser crucificados con él.
Carísimos, para encontrar
al Señor, debemos antes aproximarnos a la cruz; quien abandona la cruz abandonó
primero a Cristo. El que desea ardientemente la cruz y al Señor lo encuentra
sobre ella, y no retornará jamás con las manos vacías, porque de ella mana la
fuente de la gracia.
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