domingo, 5 de febrero de 2012

Espíritu y vida de oración de San Francisco (II)

Por Francisco Javier Toppi, o.f.m.cap.

b) Testimonios biográficos

Referimos únicamente algunos testimonios de tipo general. Así, en la Vida I de Celano, encontramos la siguiente descripción: «Su puerto segurísimo era la oración; pero no una oración fugaz, ni vacía, ni presuntuosa, sino una oración prolongada, colmada de devoción y tranquilidad en la humildad. Podía comenzarla al anochecer y con dificultad la habría terminado a la mañana; fuese de camino o estuviese quieto, comiendo o bebiendo, siempre estaba entregado a la oración» (1 Cel 71).

Y en la Vida II de Tomás de Celano se dice: «El varón de Dios Francisco, ausente del Señor en el cuerpo, se esforzaba por estar presente en el espíritu en el cielo; y al que se había hecho ya conciudadano de los ángeles, le separaba sólo el muro de la carne. Con toda el alma anhelaba con ansia a su Cristo; a éste se consagraba todo él, no sólo en el corazón, sino en el cuerpo. Como testigos presenciales y en cuanto es posible comunicar esto a los humanos, relatamos las maravillas de su oración, para que las imiten los que han de venir. Convertía todo su tiempo en ocio santo, para que la sabiduría le fuera penetrando en el alma, pareciéndole retroceder si no veía que adelantaba a cada paso. Si sobrevenían visitas de seglares u otros quehaceres, corría de nuevo al recogimiento, interrumpiéndolos sin esperar a que terminasen. El mundo ya no tenía goces para él, sustentado con las dulzuras del cielo; y los placeres de Dios lo habían hecho demasiado delicado para gozar con los groseros placeres de los hombres» (2 Cel 94).

Adviértase en una y otra cita la carga escatológica de la oración -tan sólo el muro de la carne separa la tierra del cielo-, el deseo de Dios, que arrebata en Cristo el corazón y el cuerpo todo de Francisco y, por último, el santo ocio, la contemplación mediante la cual se graba la divina sabiduría, como en una tabla, en el corazón del hombre (cf. también LM 10,1).

Es imposible sondear el secreto inefable de la oración personal de Francisco; con todo, no puede pasarse por alto el siguiente testimonio de Celano, que es como un esfuerzo supremo de revelar y penetrar en el santuario de este intercambio divino entre Francisco y Dios: «Cuando oraba en selvas y soledades, llenaba de gemidos los bosques, bañaba el suelo en lágrimas, se golpeaba el pecho con la mano, y allí -como quien ha encontrado un santuario más recóndito- hablaba muchas veces con su Señor. Allí respondía al Juez, oraba al Padre, conversaba con el Amigo, se deleitaba con el Esposo. Y, en efecto, para convertir en formas múltiples de holocausto las intimidades todas más ricas de su corazón, reducía a suma simplicidad lo que a los ojos se presentaba múltiple. Rumiaba muchas veces en su interior sin mover los labios, e, interiorizando todo lo externo, elevaba su espíritu a los cielos. Así, hecho todo él no ya sólo orante, sino oración (totus non tam orans quam totus oratio factus), enderezaba todo en él -mirada interior y afectos- hacia lo único que buscaba en el Señor» (2 Cel 95).

Con esta expresión lapidaria, que describe a Francisco transfigurado por completo y convertido en una oración viviente y personificada, el espíritu de oración se presenta a los hermanos menores como un problema resuelto y diáfano como la luz: no sólo hay que orar, hay que orar siempre, sin interrupción, pues la oración constituye el principio supremo de nuestra vida.

Fuente: Directorio Franciscano, Enciclopedia Franciscana: [Cf. Selecciones de Franciscanismo, vol. III, n. 7 (1974) 26-27]

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