martes, 7 de febrero de 2012

Espíritu y vida de oración de San Francisco (IV)

Por Francisco Javier Toppi, o.f.m.cap.

Cristo en la vida y oración de san Francisco

En el itinerario de Francisco hacia Dios hay que pasar, en primer lugar, por Cristo, único camino para llegar al Padre (Jn 14,6). Francisco estaba bien convencido de ello y consideraba a Cristo principalmente bajo este aspecto, sobre todo en su oración. Así, y según la costumbre litúrgica vigente hasta entonces, dirigió sus oraciones, las más de las veces, a Dios Padre o a Dios Uno y Trino, y prefirió considerar a Jesucristo como Mediador y Sacerdote que ora en el Cuerpo Místico. Esto puede verse claramente en el Oficio de la Pasión. Su Cristocentrismo, tanto en su oración como en su vida ascética, se enmarca dentro del Teocentrismo Trinitario. Así podemos constatarlo en la siguiente oración suya, que es como un compendio y un itinerario ideal de los hermanos menores:

«Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, danos a nosotros, miserables, hacer por ti mismo lo que sabemos que tú quieres, y siempre querer lo que te place, para que, interiormente purificados, interiormente iluminados y abrasados por el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y por sola tu gracia llegar a ti, Altísimo, que, en Trinidad perfecta y en simple Unidad, vives y reinas y eres glorificado, Dios omnipotente, por todos los siglos de los siglos. Amén» (CtaO 50-52).

¡Seguir las huellas de Jesucristo como camino hacia el Padre!, he aquí el efecto de la oración, la obra cumbre del Padre y del Espíritu Santo en nosotros, donde deben confluir la purificación del corazón, la iluminación de la mente y el incendio del amor infuso.

La imitación de Cristo y la observancia del Evangelio, que Francisco eligió y quiso por encima de todo, alcanzan aquí su debido lugar.

Esta elección, hecha por un carisma singular y que arrastraba frecuentemente a Francisco hasta la embriaguez de espíritu (cf. 1 Cel 115), le impulsó a veces a dirigirse directamente a Cristo en la oración, para penetrar más íntimamente los misterios de la Encarnación, Pasión y Eucaristía y predicarlos luego con ardor apostólico.

En atención a la brevedad, omitiremos lo referente a la Natividad y Pasión del Señor, temas bien conocidos, y aludiremos a lo que Francisco escribió y enseñó con su contemplación y su vida sobre el culto eucarístico, que empezaba a desarrollarse entonces, gracias al influjo del Concilio IV de Letrán. Él trató esta materia en las Cartas dirigidas a los Fieles, a toda la Orden, a las Autoridades de los pueblos, a todos los Custodios, a los Clérigos (esta última lleva el título «Sobre la reverencia al Cuerpo del Señor y la limpieza del altar»).

Fuente: Directorio Franciscano, Enciclopedia Franciscana: [Cf. Selecciones de Franciscanismo, vol. III, n. 7 (1974) 28]

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