jueves, 6 de septiembre de 2012

Dios Padre en la experiencia cristiana de Francisco de Asís


Por Luc Mathieu, OFM

Adoración y reverencia a Dios

Dios tiene siempre un nombre: no es la divinidad abstracta, ni la trinidad anónima. Francisco nombra siempre a las personas divinas, Padre, Hijo, Espíritu Santo. La teología trinitaria que posteriormente desarrollará la escuela franciscana aborda la fe trinitaria a partir de las personas, con las que cada uno puede entrar en relación de intimidad.


La oración de Francisco se dirige preferentemente al Padre santísimo, al Padre todo bondad. Pues Francisco está asombrado sobre todo por la grandeza y transcendencia de Dios: «Y ningún hombre es digno de hacer de ti mención» (Cánt 2). Ante Él, hay que callarse, guardar silencio o, al contrario, acumular nombres que sugieran su grandeza y perfecciones. De ahí la importancia y la frecuencia de las oraciones en forma litánica que enumeran las grandezas del Padre:

«Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas.

Tú eres fuerte,

tú eres grande,
tú eres altísimo,

tú eres rey omnipotente,

tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra...» (AlD 1-2).

A la vez que adora al Padre en su grandeza, en su misterio, en su gloria, Francisco canta su misericordia, su mansedumbre, su proximidad a los humildes y pequeños, su benevolencia con todas las criaturas:

«Tú eres esperanza nuestra,

tú eres fe nuestra,

tú eres caridad nuestra,

tú eres toda dulzura nuestra,

tú eres vida eterna nuestra:

Grande y admirable Señor, Dios omnipotente,
misericordioso Salvador» (AlD 6).

Conocemos a Dios como Padre gracias a la revelación que nos ha hecho su propio Hijo Jesús, a quien Francisco llama con frecuencia «el Hijo amado del Padre», «Señor del universo», «Dios e Hijo de Dios», «altísimo Hijo de Dios», expresiones que asocian la gloria de Cristo a la de su Padre. Pero, sobre todo, Cristo nos revela al Padre de quien procede todo bien, es decir, de quien procede la creación y la Salvación, por ser la Palabra eterna del Padre, y Palabra encarnada. Por eso, la acción de gracias de la Regla no bulada (1 R 23) enumera las grandes etapas de la creación y de la historia de la Salvación. La escuela franciscana heredará esta visión unificada de la obra del Padre, origen eterno de la divinidad, origen absoluto de lo creado, iniciador de la Salvación. Las criaturas son contempladas en sus relaciones con el universo material; los seres espirituales, en su relación con el fin sobrenatural, que es la meta de toda la creación. Recordamos aquí los grandes momentos de la acción de gracias de Francisco:

«Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios,

Padre santo y justo, Señor rey del cielo y de la tierra,

por ti mismo te damos gracias,

porque, por tu santa voluntad

y por tu único Hijo con el Espíritu Santo,

creaste todas las cosas espirituales y corporales...

Y te damos gracias porque,

así como por tu Hijo nos creaste,
así,
por tu santo amor con el que nos amaste,

hiciste que él, verdadero Dios y verdadero hombre,

naciera de la gloriosa siempre Virgen la beatísima santa María,

y quisiste que nosotros, cautivos,

fuéramos redimidos por su cruz y sangre y muerte.

Y te damos gracias porque ese mismo Hijo tuyo

vendrá en la gloria de su majestad...» (1 R 23,1.3.4).

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