Por Luc Mathieu, OFM
Adoración y reverencia a Dios
Dios tiene siempre un nombre: no es la
divinidad abstracta, ni la trinidad anónima. Francisco nombra siempre a las
personas divinas, Padre, Hijo, Espíritu Santo. La teología trinitaria que
posteriormente desarrollará la escuela franciscana aborda la fe trinitaria a
partir de las personas, con las que cada uno puede entrar en relación de
intimidad.
La oración de Francisco se dirige
preferentemente al Padre santísimo, al Padre todo bondad. Pues Francisco está
asombrado sobre todo por la grandeza y transcendencia de Dios: «Y ningún hombre
es digno de hacer de ti mención» (Cánt 2). Ante Él, hay que callarse, guardar
silencio o, al contrario, acumular nombres que sugieran su grandeza y
perfecciones. De ahí la importancia y la frecuencia de las oraciones en forma
litánica que enumeran las grandezas del Padre:
«Tú eres santo, Señor Dios único, que haces
maravillas.
Tú eres fuerte,
tú eres grande, tú eres altísimo,
tú eres rey omnipotente,
tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra...» (AlD 1-2).
Tú eres fuerte,
tú eres grande, tú eres altísimo,
tú eres rey omnipotente,
tú, Padre santo, rey del cielo y de la tierra...» (AlD 1-2).
A la vez que adora al Padre en su grandeza, en
su misterio, en su gloria, Francisco canta su misericordia, su mansedumbre, su
proximidad a los humildes y pequeños, su benevolencia con todas las criaturas:
«Tú eres esperanza nuestra,
tú eres fe nuestra,
tú eres caridad nuestra,
tú eres toda dulzura nuestra,
tú eres vida eterna nuestra:
Grande y admirable Señor, Dios omnipotente,
misericordioso Salvador» (AlD 6).
tú eres fe nuestra,
tú eres caridad nuestra,
tú eres toda dulzura nuestra,
tú eres vida eterna nuestra:
Grande y admirable Señor, Dios omnipotente,
misericordioso Salvador» (AlD 6).
Conocemos a Dios como Padre gracias a la
revelación que nos ha hecho su propio Hijo Jesús, a quien Francisco llama con
frecuencia «el Hijo amado del Padre», «Señor del universo», «Dios e Hijo de
Dios», «altísimo Hijo de Dios», expresiones que asocian la gloria de Cristo a
la de su Padre. Pero, sobre todo, Cristo nos revela al Padre de quien procede
todo bien, es decir, de quien procede la creación y la Salvación, por ser la
Palabra eterna del Padre, y Palabra encarnada. Por eso, la acción de gracias de
la Regla no bulada (1 R 23) enumera las grandes etapas de la creación y
de la historia de la Salvación. La escuela franciscana heredará esta visión
unificada de la obra del Padre, origen eterno de la divinidad, origen absoluto
de lo creado, iniciador de la Salvación. Las criaturas son contempladas en sus
relaciones con el universo material; los seres espirituales, en su relación con
el fin sobrenatural, que es la meta de toda la creación. Recordamos aquí los
grandes momentos de la acción de gracias de Francisco:
«Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo
Dios,
Padre santo y justo, Señor rey del cielo y de la tierra,
por ti mismo te damos gracias,
porque, por tu santa voluntad
y por tu único Hijo con el Espíritu Santo,
creaste todas las cosas espirituales y corporales...
Padre santo y justo, Señor rey del cielo y de la tierra,
por ti mismo te damos gracias,
porque, por tu santa voluntad
y por tu único Hijo con el Espíritu Santo,
creaste todas las cosas espirituales y corporales...
Y te damos gracias porque,
así como por tu Hijo nos creaste, así,
por tu santo amor con el que nos amaste,
hiciste que él, verdadero Dios y verdadero hombre,
naciera de la gloriosa siempre Virgen la beatísima santa María,
y quisiste que nosotros, cautivos,
fuéramos redimidos por su cruz y sangre y muerte.
así como por tu Hijo nos creaste, así,
por tu santo amor con el que nos amaste,
hiciste que él, verdadero Dios y verdadero hombre,
naciera de la gloriosa siempre Virgen la beatísima santa María,
y quisiste que nosotros, cautivos,
fuéramos redimidos por su cruz y sangre y muerte.
Y te damos gracias porque ese mismo Hijo
tuyo
vendrá en la gloria de su majestad...» (1 R 23,1.3.4).
vendrá en la gloria de su majestad...» (1 R 23,1.3.4).
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