San Jerónimo, Prólogo al
Comentario
sobre el libro del profeta Isaías (núms. 1. 2)
Cumplo con mi
deber obedeciendo los preceptos de Cristo, que dice: Estudiad las Escrituras,
y también: Buscad, y encontraréis, para que no tenga que decirme, como a
los judíos: Estáis muy equivocados, porque no comprendéis las Escrituras ni
el poder de Dios. Pues si, como dice el apóstol Pablo, Cristo es el poder
de Dios y la sabiduría de Dios, y el que no conoce las Escrituras no conoce el
poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se sigue que ignorar las Escrituras es
ignorar a Cristo.
Por esto,
quiero imitar al padre de familia que del arca va sacando lo nuevo y lo
antiguo, y a la esposa que dice en el Cantar de los cantares: He guardado
para ti, mi amado, lo nuevo y lo antiguo; y, así, expondré el libro de
Isaías, haciendo ver en él no sólo al profeta, sino también al evangelista y
apóstol. Él, en efecto, refiriéndose a sí mismo y a los demás evangelistas,
dice: ¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae
la Buena Nueva! Y Dios le habla como a un apóstol, cuando dice: ¿A quién
mandaré? ¿Quién irá a ese pueblo? Y él responde: Aquí estoy, mándame.
Nadie piense
que yo quiero resumir en pocas palabras el contenido de este libro, ya que él
abarca todos los misterios del Señor: predice, en efecto, al Emmanuel que
nacerá de la Virgen, que realizará obras y signos admirables, que morirá, será
sepultado y resucitará del país de los muertos, y será el Salvador de todos los
hombres.
¿Para qué voy
a hablar de física, de ética, de lógica? Este libro es como un compendio de
todas las Escrituras y encierra en sí cuanto es capaz de pronunciar la lengua
humana y sentir el hombre mortal. El mismo libro contiene unas palabras que
atestiguan su carácter misterioso y profundo: Cualquier visión se os volverá
-dice- como el texto de un libro sellado: se lo dan a uno que sabe leer,
diciéndole: «Por favor, lee esto», Y él responde: «No puedo, porque está
sellado». Y se lo dan a uno que no sabe leer, diciéndole: «Por favor, lee
esto». Y él responde: «No sé leer».
Y si a alguno
le parece débil esta argumentación, que oiga lo que dice el Apóstol: De los
profetas, que prediquen dos o tres, los demás den su opinión. Pero en caso que
otro, mientras está sentado, recibiera una revelación, que se calle el de antes.
¿Qué razón tienen los profetas para silenciar su boca, para callar o hablar, si
el Espíritu es quien habla por boca de ellos? Por consiguiente, si recibían del
Espíritu lo que decían, las cosas que comunicaban estaban llenas de sabiduría y
de sentido. Lo que llegaba a oídos de los profetas no era el sonido de una voz
material, sino que era Dios quien hablaba en su interior, como dice uno de
ellos: El ángel que hablaba en mí, y también: Que clama en nuestros
corazones: «¡Abbá! (Padre)», y asimismo: Voy a escuchar lo que dice el
Señor.
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