sábado, 8 de septiembre de 2012

Lo que es María, podemos serlo nosotros


Por Leonhard Lehmann, OFMCap

Reflexionando sobre la maternidad virginal de María y analizando pasajes bíblicos, como Mt 12,50, los Padres de la Iglesia exponen una doctrina amplia y detallada sobre el nacimiento de Dios en el hombre. Leemos, por ejemplo, en san Juan Crisóstomo: «Nosotros somos el templo, Cristo es el que habita en él. Él es el primogénito, nosotros somos sus hermanos... Él es el novio, nosotros somos la novia». San Agustín y san Gregorio Magno expresaron pensamientos parecidos a los que hemos encontrado en Francisco de Asís. En ellos analizan si podemos permanecer abiertos como María a la acción de Dios Trino. Quien se abre al Espíritu de Dios, se vuelve capaz de engendrar a Jesús y de darlo a luz, como la Virgen María, no, ciertamente, tal y como ella lo dio a luz en Belén, sino mediante una vida ejemplar, con las buenas obras, a través de la predicación... Dice, por ejemplo, Inocencio III: «Por el amor, per affectum, engendramos a Cristo en el corazón, y lo damos a luz realmente, per effectum, mediante las obras».

Francisco tiene también esa visión mística de la acción de Dios Trino en el hombre. Por ello contempla a María, no aislada, sino vinculada con la santísima Trinidad y como nuestro modelo. Ella es la expresión y el más sublime ejemplo de la íntima unión que Dios establece con el hombre, corona de la creación. Incluso en su maternidad divina, María es para Francisco el modelo de lo que todo cristiano debe ser. Su entrega a Dios y su ligazón con Él son la expresión más profunda de la identificación con Dios que se realiza en todo cristiano. Por eso, Francisco aplica a todos los hombres y mujeres que hacen penitencia los mismos títulos honoríficos que le corresponden a María por ser la Madre de Dios.

«Tener a Jesús por hijo» es, sin duda, una hipérbole, que debe entenderse en sentido místico. Para Francisco, el pensamiento de dar a luz a Jesús y de tenerlo por hijo es una dicha inefable. Pero también es un estímulo para la acción, una tarea. El ser madres de Cristo es una posibilidad que tienen todos los fieles, pero supone unas condiciones: Somos madres de Cristo «cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo, por el amor divino y por una conciencia pura y sincera; y lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo» (1CtaF 1,10).

Esta frase ilustra la visión y el sentido misionero de la devoción mariana de Francisco. En el fondo, propone la actitud de fe y de vida de María como un modelo para todos los fieles, recordando su sublime vocación a ser hijos/hijas, hermanos/hermanas y madres de Jesucristo. María ya ha llevado a término esta vocación; por eso la alaba Francisco. Y esta vocación ha sido encomendada también a las clarisas, a todos los fieles, a nosotros. Esa es la razón por la que Francisco exhorta a hacer penitencia y a perseverar en la penitencia hasta el final de la vida. María es nuestro modelo, y también es la posibilidad existente en cada uno de nosotros. En el fondo se trata de que, mediante la devoción mariana -sobre todo mediante la meditación-, descubramos y despertemos a «María en nosotros». Ella es esa parte o dimensión virginal existente en nosotros, la virgen en nosotros, el hondón del alma, como dirán más tarde los místicos. Ella es ese núcleo existente en la profundidad de nuestro ser y que es capaz de acoger y de dar a luz a Dios. Ella es nuestro yo más profundo.

Quien, contemplando de este modo a María, aprende a mirarse a sí mismo, percibe una imagen positiva de su propia persona, de sus posibilidades y aptitudes. ¡Con cuánta frecuencia nos consideramos inútiles y nos minusvaloramos, sin ver nada bueno en nosotros...! Pues bien, hemos de tener presente que Dios en persona nos ha hablado, llamado; en nosotros existe un núcleo bueno, capaz de acoger a Dios, capaz de hacer el bien...

Contemplando a María aprendemos, igualmente, a mirar como ella a los demás, a descubrir el fondo divino en ellos existente, su núcleo sano y bueno...; y aprendemos también a mirar como ella a Dios, que viene a nuestro encuentro, nos habla, nos elige: ¡Dios te salve, llena de gracia, bendita tú eres entre las mujeres! Mirando a María nos damos cuenta de que también a nosotros se nos dirige ese saludo, animándonos a seguir, como ella, nuestro propio camino, pues «Dios ha mirado la pequeñez de su esclava» (Lc 1,48).

[Cr. Selecciones de Franciscanismo, vol. XXII, n. 64 (1993) 99-101].

No hay comentarios.:

Publicar un comentario